Uno de esos momentos tuvo lugar en un taller de Educación Emocional con adolescentes. En el mismo, íbamos abonando el terreno para que arraigase esa confianza que nos da permiso para sentirnos vulnerables y hace aflorar nuestras emociones y sentimientos más personales.
“Lo que de verdad me haría ilusión sería tener un amigo”, dijo uno de los chicos puesto en pie.
Pumm! Puñetazo en el estómago. “Ha pasado un ángel” (¿sabéis a lo que me refiero?)
Cuando en un taller, una persona manifiesta que “mi ilusión sería tener un amigo”, la sorpresa se hace EMOCIÓN y el sentido de lo importante es físico, se entiende con claridad que ese momento permanecerá en tu memoria.
Esa experiencia con alumnos de secundaria del IES Fort Pius fue para mi una de las formaciones que me han dejado satisfacción duradera, porque los adolescentes importan y mucho. La necesidad de impartir Educación Emocional (mejor si es con un recurso como Mover los Sentimientos) que fructifique en razones, que anime a perseguir la importancia de unos minutos de relajación consciente en cualquier persona y, por supuesto, en esta etapa de la adolescencia, es crucial. Unos momentos de miradas diferentes, de autorreconocimiento propio y ajeno. Todas estas acciones son en sí valor, cualidad que fortalece los cimientos de la enseñanza reglada y la asiste.
Sucede en ocasiones que esa magia de la que hablo es “circular”, quiero decir, fue precisamente la amistad casual con la psicopedagoga del centro la que propició esa experiencia de Educación Emocional.
Mercè lo cuenta con gracia: “Nos conocimos en una reunión de profesores que creen que pueden cambiar algo en su centro, que dejan su tiempo libre en formaciones de lo más variopintas. “Locos” que creen mejorarán los grupos desprotegidos de alumnos diferentes”.
La casualidad da paso a la curiosidad, la curiosidad y el respeto propician el conocimiento del otro y, aunque al principio todo es raro en la otra persona, ese conocer lleva a la consideración y al calor de la amistad.
Dice Enrique Vila-Matas de la amistad en su página web:
“Las mejores amistades, las más duraderas, se basan en la admiración. Para que lo amistoso se contemple como un sentimiento sagrado, es necesario que haya esa admiración mutua que encierra en su área el respeto hacia el otro, fundamental para que todo circule entre iguales. Quizás la palabra más exacta no sea admiración, sino tener en alta estima al otro. Porque si el otro no nos merece mucha consideración, no puede ser nuestro amigo”.
El hecho de tener un amigo no está sobrevalorado, me ha sido necesario en mi supervivencia, es un apoyo, un recurso vital importante. Que me reconozcan como amiga me pone nombre, me desmarca, me hace especial, es una caricia muy sentida de los otros y yo pongo nombre a mis amigos y amigas, doy lugar y genero confianza. Aprecio jactarme de mis amigos y amigas, habla de mí y me infunde valor. Tengo que reconocer que también es un tipo de transito que mi humanidad necesita.
Lo amigable es lo que se reconoce, de lo que se sabe. Así, saber de su carencia es lo apreciable de las palabras de mi adolescente sabio: Tengo mucho amor para dar y no tengo un igual en el que reflejarme y al que conceder mi reconocimiento y admiración. Necesito del otro, de una relación amistosa.
Yo, personalmente, hago amigos a cada paso, en cada trabajo. Asimismo, se quedan en los márgenes de los caminos que transito algunos a los que ya solo puedo recordar. Y también, están los que me negaron la amistad, los que yo no pude retener. Aunque esos amigos, que ya no forman parte de mi actualidad, no dejan de ostentar ese título.
“No hay amigos, hay momentos de amistad.” dice Jules Renard. Es por esto por lo que la herida de un —NO— de amistad no me retiene, no me ralla.
Por otro lado, estoy siempre dispuesta a dar con un nuevo amigo o amiga, porque ansío esa sensación más que placentera de crear, cuidar y admirar una relación que intercambia verdad y llega a tener título más que fundamental y fundamentado en la brevedad de lo humano.
El concepto del amigo es de una mirada hacia lo que admiras, quizás de lo que te falta. Nace, a veces, de un momento de bajas luces, de un dolor compartido, de la necesidad de un guía. Y, sin embargo, no hay amistad sin equilibrio de trato, porque la amistad se fundamenta en la igualdad de voz y opinión. Un amigo nos escucha y a la vez, cuando nos habla, nos vemos reflejados, porque en la admiración de la persona nos dejamos cuidar, nos hundimos en lo confortable de sentirnos entendidos.
La palabra viceversa, comunicación y respeto son el abono que la cultiva y los frutos son conocidos por muchos. Aunque las sombras de alguna relación nos hayan herido, lo grato queda y la experiencia gestará otros momentos igual de intensos. El mundo está lleno de posibles amistades en todos los ámbitos.
Mi admirado alumno era un adolescente en un aula de tutoría de un grupo con necesidades especiales que esgrimió su deseo, su ilusión más ansiada “Tener un amigo”.
Este sabio emocional dio en el clavo como persona, fue un auto reconocimiento excepcional en un Taller de Educación Emocional. No era una pose. No era un ejercicio. Era mucho más que una ilusión. Era una necesidad.